martes, 17 de noviembre de 2015

¿La privacidad ha muerto? Oda al sofá y a las celosías

El tema de la privacidad en entornos digitales está poniendo sobre el tapete una discusión que durante muchos tiempo no existió.
El escritor Juan José Saer cuenta en una de sus obras que un tapicero encontró dentro de un sillón antiguo que tenía que arreglar el diario íntimo de una mujer que quién sabe desde cuándo estaba allí. La reflexión que le sigue es preciosa, pero vayamos al punto: un sillón como guardián de la privacidad. Cartas escondidas vaya a saber dónde, compras hechas en lugares remotos de las que nadie puede dar cuenta... Parece un tiempo muy lejano. Lo mismo que cuando se cerraban las celosías de las casas después de almorzar, lo que indicaba que a partir de ese momento lo que allí sucedía era secreto, cerrado al resto (de hecho no se debían hacer llamadas telefónicas), y recién se estaba disponible cuando se volvían a abrir.
No caeré en lo ya dicho porque creo que todos entendemos a dónde apunto. De todas formas me parece que hay una paradoja entre la defensa de nuestra privacidad y esa curiosidad por la ajena. No deja de sorprenderme que muchas personas sin sonrojarse siquiera tomen el celular de otro y miren (mail, chats, etc.), que naveguen los perfiles de Facebook (que es la celosía permanentemente abierta), que sea común utilizar notebooks, PC, ver maileras abiertas y dar un vistazo... Parte de la privacidad y su defensa también va a requerir que no sólo la reclamemos y la discutamos como en este ámbito sino que nos preguntemos por nuestra curiosidad. En serio. Hemos normalizado encontrar en la web los datos de quien queramos y esta normalización de la "vigilancia" en el sentido en que la usa Foucault, es peligrosa.
Voy a tomar un solo aspecto y es el anonimato en la votación. Una gran conquista de los derechos civiles fue el voto secreto. Estamos a un paso de que el voto electrónico sea cada vez más usado. Tras las mieles de tener los resultados antes, de gastar menos papel, de que cada vez va a ser más rápido votar, de lo amigables que son los entornos, vamos rumbo a perder el secreto, el anonimato del voto. Estamos hablando de derechos civiles, y de democracia. Y de consecuencias por votar o no votar a alguien que ya se vivieron en épocas del voto no secreto.
El problema es que ya estamos viendo cómo de a poco se sabe dónde estamos en cada momento: vía los celulares, vía las tarjetas de los colectivos (en Córdoba, cuando empezó el sistema de las tarjetas para pagar el viaje, debía al comprarse una acompañar el DNI y así quedaba la tarjeta ligada a una persona), ahora será vía los viajes en taxi cuando paguemos con tarjeta o a través de los servicios que tras perseguir la seguridad (lo cual parecería por todos deseable) hacen que se sepa quién conduce, de dónde nos recogió, a dónde vamos y cuánto se gastó...
El hecho de que veamos las ventajas de estas tecnologías no deben esconder el hecho de que nos estamos olvidando de cuestionar y reflexionar qué tipo de sociedad queremos y cuál estamos construyendo. Pero pensarlo por nuestra cuenta, no dejar que lo piensen los que son los principales beneficiarios en esto de captar datos y almacenar información.
Si no lo hacemos será la hora de ir a comprar un sillón grande para poder guardar nuestros secretos, y de cerrar las celosías durante mucho más tiempo.

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